por: Wenceslao Bruciaga
Por radeg-v66
Mayo 24, 2017
13 razones por las que armar una banda de hardcore 100% femenina.
“Spitboy es la mejor banda a la redonda integrada sólo por chicas. Ellas se mean sobre todas las bandas de Riot Grrrls que se me vengan a la cabeza. En tan sólo sus uñas postizas contienen más poder que los cuerpos de Courtney Love, Kathleen Hanna y Kat Bjelland todas juntas… Aquella noche, esas cuatro mujeres, dulces y encabronadas, ingeniosas y entrañables, se robaron mi corazón no sólo por su inspiradora bilis sino por su sanguinaria franqueza. Porque ellas tienen las cosas muy claras: odian el sexismo pero no a los hombres…“ Reseña de un concierto de Spitboy en Londres de Lucy Sweet para la Melody Maker- 10 de abril de 1993.
Si la morra de la serie esa tenía 13 razones, Michelle Cruz
Gonzales debió cargar con el doble, unas 26, mínimo, porque además de
ser chica con buena nalga, adolescente en una high school llena de
protomachos desesperados por llegar a tercera base sin reparar en la
voluntad de los otros, era hija de una madre soltera creciendo en las
colinas del Condado de Tuolumne, relativamente cerca de la Bay Area de
San Francisco, California. Los arraigados convencionalismos de la
cultura de la madre de Michelle, mexicana inmigrante, fanática de Joni
Mitchell y Linda Rondstand, complicaban hasta cierto punto las cosas, le
decía que las mujeres mexicanas debían tener sí o sí el cabello largo y
llevarse las cosas tranquilas para agarrar buen marido. Michelle es
chicana. Una brownie como le gritaban los blancos. Y las chicas blancas,
que se azotaban por las desavenencias propias de sus privilegios,
palabra un tanto abusada en estos días, pero precisa para visibilizar
las desigualdades que de tan cotidianas, las pasamos de largo.
Lo
insólito es que Hannah (el personaje ficticio de la serie 13 reasons
why) y Michelle tienen varias y oscuras coincidencias, a pesar de su
distancia temporal. De hecho, probablemente Michelle llegó a ser más
cursi que Hannah durante las primeros años de la secundaria, cuando
tocaba la flauta en la banda escolar y el estuche de su instrumento
estaba adornado con calcomanías de unicornios; ambas cuestionan su
feminidad, las relaciones, la amistad, el despertar sexual y la
atracción por los chicos e incluso su mismo sexo, en medio de un sistema
patriarcal que a menudo pierde la noción del respeto y la empatía pues
en cuestión de segundos el cerebro de un cabrón se reduce al tamaño de
la punta de la verga.
La diferencia es quizás única, pero abismal. Michelle se pasaba las tardes ochenteras escuchando la radio para atrapar canciones de los Clash, Olivia Newton John, Adam and the ants y las Go-Gos en casettes vírgenes. Según cuenta Michelle en The Spitboy Rule, fueron las Go-Gos quienes le provocaron una contusión sonora en su cerebro marcando su destino para siempre: a la chingada la flauta y los unicornios y los galanes bien peinados. Las Go-Go´s le habían mandado una señal, una misión: formar una banda de rock integrada sólo por chicas, aspecto que podría desquiciar a una que otra feminista de nueva generación que consideran a las Go-Go´s como una banda de groupies mensas y frívolas alucinadas por agradar y satisfacer la líbido del cantante de rock, fortaleciendo el estereotipo del macho rockstar como hace poco me comentaba una amiga cuando debatíamos sobre la película biográfica de las Runaways de Floria Sigismondi: “Para mi las Go-Go´s era el sonido de la rebelión… se veían pero muy bien, muy femeninas y muy poderosas, rockeando con todo, haciendo eso que hacen los hombres en una banda, orgullosos de sus impulsos y sus vergas. Las Go-Go´s estaban orgullosas de su femineidad y de llevar peinados alborotados con Aqua-Net y usar colores pastel y tacones. Una banda de puras mujeres adueñándose del escenario hizo mucho sentido en mi, me hizo creer en un montón de capacidades que ni siquiera sabía que podía ejecutar por el simple de ser una chica. Después de las Go-Go´s, los Clash me dijeron que además de rock, mi banda tenía que ser de punk”.
Con el tiempo y sin planearlo, Joni Mitchell y Linda Rondstand se convertirían también en una fuerte influencia.
Mientras
que Hannah se regocijaba en la oligofrenia y la victimización de un
mundo machista y culero, grabando monólogos con dedicatoria,
culpabilizando a cada uno que le había proyectado un daño, ya sea leve o
despreciable, armando una venganza de patología calculada y perversa
hasta la locura y el trauma.
No es que Michelle no haya cobrado
venganza contra su entorno hostil. Pero en lugar de arrastrar a los
demás y arrastrarse hasta la muerte rebanándose la venas, confrontó al
sistema patriarcal, de frente, con una batería, poniéndose un apodo
masculino a manera de reto y burla, Michelle “Todd” Gonzales y formando
una de las mejores bandas de punk-hardcore de la historia: Spitboy.
The
spitboy rule: tales of a xicana in a Female Punk Band es más que la
biografía de Michelle como parte del cuarteto de Spitboy, una banda de
genuino estrato hardcore que desafió al patriarcado y sus costumbres de
imposición machistas hablando de frustración y deseos eróticos, es
también un rudo y divertido repaso a los contrastes gringos y su racismo
velado, a veces mimetizado de buenas causas, como el feminismo blanco y
clasemediero. Cuando Spitboy irrumpió en el panorama alternativo, los
periodistas musicales, fascinados por su furia femenina, buga y lésbica
por igual (Michelle confiesa que sus primeros crushes eróticos fueron
Harrisond Ford interpretando a Han Solo y Olivia Newton John en su etapa
de brillosos leggins de likra), pero bastante huevones para siquiera
detenerse en su complejidad, se apresuraron a encasillarlas en el
movimiento de rock feminista de principios de los noventa denominado
como Riot Grrrls. Durante uno de sus primeros conciertos, cuando acomodó
el micrófono por encima de los tambores de la batería, antes que
cualquier canción, Michelle aclaró una cosa: “Queremos decirles a
nuestros fanáticos, hombres, que no nos esperan en la parte trasera, no
esperen nada de nosotras, porque no somos una banda de riot grrrls…”
Michelle era demasiado morena como para verse a si misma como una de
esas riot grrrl que irrumpían los fanzines y las revistas de música.
Quizás
la diferencia entre Spitboy y el resto de las Riot Grrrls es que para
la banda de hardcore femenino su prioridad era la furia y la música por
encima de una colectividad mayoritariamente blanca. También eran más
frontales cuestionando los roles de género y el sexo reproductivo, de
ahí que hayan generado más conexiones con el queercore abiertamente
homosexual, hasta el grado de colaborar con Martin Sorrondeguy de la
mítica banda Los Crudos y más tarde Limp Wrist.
Para ella, una
riot grrrl tendía a lo blanco y su enemistad con el machismo era
moderada y algo azucarada, al menos para Michelle, que entendía a las
tiranías masculinas como una especie de revuelta que había de resolverse
mediante guitarrazos y madrazos del pogo, por eso, Michelle dedica una
buena parte del libro de 135 páginas que se van como caguama bien
helada, a cuestionar el machismo a partir de los fans hombres de
Spitboy, hombres que se hacían pasar por feministas sólo para probar
suerte y arrancar uno que otro faje. Pero Michelle no se anduvo con
debilidades ni totalitarismos que rayan en lo conservador, su feminismo
está cargado de mucho radicalismo y sentido del humor que incluso
cuestiona muchas posiciones ideológicas consideradas feministas. La
escena en la que se burla de un tipo entre regorderte y oso con el qye
que sus compañeras de banda caen rendidas sólo porque tiene cachetes,
es de lo más divertido, corrosivo, sin llegar amarguras aleccionadoras y
justo ese episodio es el que da nombre a uno de los mejore álbumes de
Spitboy que es al mismo tiempo una declaración de principios: Mi cuerpo
es mío, así, en español.
Quién sabe. Quizás si Hannah no hubiera perdido tanto tiempo en acomodar las cosas a su vengativo antojo, si hubiera cogido una guitarra, su final no sería un batidillo de navajas de afeitar, sangre y la glamorización de darse por vencido: “El punk-rock es una salvación, un grito duro, encabronado y rápido para los jóvenes que han tenido que ser testigos de algún tipo de violencia sin haberlo pedido: en la casa, en el barrio, en la escuela, en la iglesia… el punk es una herramienta de sobrevivencia sobretodo a los adolescentes de la clase trabajadora…” Cuando además de defenderte del entorno tienes que arreglártelas para cubrir tus necesidades básicas, deprimirte y decorar fundas de casettes con plumoncitos de colores, suena a un lujo…